SINISTER (SCOTT DERRICKSON, 2012)


-AVISO SPOILERS-

¿Puede una imagen contener el mal? ¿Puede una pantalla ser una ventana entre dos realidades? Sinister, efectiva película de terror sobrenatural, se plantea el poder perverso de las imágenes, y del mismo cine. Utiliza elementos ya de sobra conocidos: un escritor de historias criminales (Ethan Hawke) encuentra una misteriosa caja que pone "películas caseras". Y dentro, cintas de súper 8 que muestran macabros asesinatos. Tras la proyección de estas películas, comienzan a ocurrir fenómenos paranormales: aparecen niños muertos, y, sobre todo, un perturbador demonio de estética deudora de Saw (James Wan, 2004) e Insidiuous (James Wan, 2010). Pero a partir de estos materiales poco originales, Sinister se esmera en crear una mitología propia, eso tan ochentero que eran las "reglas" del monstruo, y luego acierta con un final rigurosamente consecuente con su planteamiento inicial.

En Sinister se repiten temáticas frecuentes en el cine de terror: la del metraje encontrado ("found footage"), la de las "snuff movies", y la de la pantalla como puerta de entrada y salida para elementos malignos, como liberación de los miedos encerrados en nuestro subconsciente. 

SNUFF MOVIES


En la clásica El fotógrafo del pánico (Michael Powell, 1960) Mark Lewis (Karlheinz Böhm) utiliza su pequeña cámara de cine para captar el terror de sus víctimas al asesinarlas. El miedo en el rostro de los personajes, encuadrados por el objetivo del asesino, es equiparable al de los espectadores de la película. 



El fotógrafo del pánico hace evidente la metáfora sobre el cine que ese mismo año propone Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960): el asesinato en cámara subjetiva de la famosa escena de la ducha nos convierte en el propio Norman Bates asestando terribles puñaladas sobre el cuerpo desnudo de Janet Leigh. Pero cuando Michael Powell coloca físicamente una cámara en las manos del asesino para justificar los planos subjetivos, nos convierte además en morbosos voyeurs ¿Estaríamos dispuestos a ver películas reales de asesinatos como los de El fotógrafo de pánico? O peor aún ¿podríamos evitar sentir cierta curiosidad por verlas?



En 1980, el italiano Ruggero Deodato presentó su película Holocausto Caníbal como si fuera un documental real sobre un grupo de exploradores que sufren todo tipo de torturas hasta ser devorados por una tribu primitiva. Por esto Deodato fue acusado de comercializar una "snuff movie", pero evitó ir a prisión de una manera muy sencilla: hizo que sus actores se presentasen en el juzgado para demostrar que estaban vivos y que todo era ficción. Eso sí, el pequeño truco de presentar el film como si fuera real, convirtió la película en un éxito gracias al morbo y al mal rollo de sus imágenes.



La leyenda urbana sobre la existencia de películas "snuff" -nunca se ha podido probar la existencia de alguna- ha alimentado los argumentos de varias películas. "Quiero verlo de nuevo" dice el protagonista de Henry, retrato de un asesino (John McNaughton, 1986) refiriéndose a la perturbadora grabación casera de un asesinato que acaba de cometer. Henry (Michael Rooker) revive así, una y otra vez, el perverso placer de la muerte gracias a la reproducción de la imagen grabada. Igual que los fanáticos de las películas de terror.



El hallazgo de una "snuff movie" es lo que plantea Tesis (Alejandro Amenábar, 1996). Pero el verdadero terror no se encuentra en la imagen del asesinato que encuentra la protagonista (Ana Torrent), sino que ésta no es más que un anticipo, una amenaza, un flashforward, de lo que ella misma tendrá que vivir en sus propias carnes.


En la decepcionante Asesinato en 8 milímetros (Joel Schumacher, 1999) una viuda contrata a Tom Welles (Nicholas Cage) para comprobar la veracidad de una "snuff movie" hallada en la caja fuerte de su marido fallecido. Para encontrar la verdad, Welles protagoniza el clásico descenso a los infiernos que le llevará a descubrir que exponerse a la imagen del mal, puede cambiarte por dentro.



Más simpática, al menos en su premisa, es The last horror movie (Julian Richards, 2003). Un asesino graba las muertes de sus víctimas en VHS, y luego las cuela en un videoclub como películas convencionales. La persona que alquile inadvertidamente la "snuff movie", será su siguiente víctima.



En The Poughkeepsie tapes (John Eric Dowdle, 2007) el FBI encuentra el terrible archivo de un asesino en serie que, durante años, ha grabado crímenes y torturas. La textura desgastada del vídeo analógico, del VHS, aporta a la imagen un verismo que produce una desazón tremenda. 




Todavía más extrema, en A serbian film (Srdjan Spasojevic, 2010) un actor de cine para adultos recibe una jugosa oferta económica para rodar “pornografía artística”. Acabará mezclado en tales atrocidades, que la película fue -vergonzosamente- censurada en España por personas, suponemos, demasiado sensibles al poder de la imagen, aunque esta sea sólo ficción.


Mucho más reciente, ese compendio de todo que es True Detective (2014), en su séptimo episodio, también se sirve del morbo de la "snuff movie". Nic Pizzolatto y Cary Joji Fukunaga no permiten que veamos el vídeo de un sangriento ritual; pero el rostro de Martin Hart (Woody Harrelson) expresa mucho mejor las atrocidades que supuestamente muestra. Martin decide inmediatamente ayudar a Rustin Cole (Matthew McConaughey) a encontrar y ajusticiar a los culpables.



LA IMAGEN MALDITA

Hay que volver a 1980 y a España, para encontrar otro tipo de planteamiento sobre la naturaleza de la imagen cinematográfica. La inclasificable y vanguardista Arrebato de Iván Zulueta, nos propone a un director obsesionado con descubrir la esencia del cine, pero que acaba vampirizado por su poder. Arrebato está considerada como una película maldita, se dice que acabó con la carrera de Zulueta, pero al mismo tiempo le convirtió en leyenda.



Otra película maldita, que ha generado leyendas urbanas sobre el destino de sus protagonistas es Poltergeist (Tobe Hooper, 1982). En ella, los espíritus burlones utilizan la pantalla de un televisor para acceder a nuestra realidad y atormentar a la familia Freeling. Es el famoso "ya están aquí" que dice la niña. No por casualidad, la última escena de Poltergeist nos muestra al padre (Craig T. Nelson) sacando el televisor de la habitación del hotel en el que han tenido que refugiarse al abandonar la casa encantada. 


Un año después, en Videodrome (David Cronenberg, 1983) Max Renn (James Woods) descubre una señal pirata que emite vídeos "snuff" en los que se pueden ver terribles torturas. Pero buscar el origen de la señal llevará a Max a experimentar fenómenos extraños: su nueva carne le permitirá introducir en su estómago cintas de vídeo que le programarán para convertirle en un asesino.



En la divertida y muy pulp, Demons (Lamberto Bava, 1985), una película maldita comienza a poseer a los espectadores atrapados en un cine, convirtiéndolos en demonios. Los pocos que consiguen escapar a la masacre descubren que, fuera de la sala, ha llegado el Apocalipsis. Mejor imposible.


La japonesa The ring (Hideo Nakata, 1998) es un claro precedente de Sinister al plantear que una imagen puede contener un elemento sobrenatural. Una cinta de vídeo -parece que los espíritus evitan el formato digital- matará a cualquiera que se atreva a verla. La reproducción de la cinta, en la que aparecen escalofriantes imágenes aparentemente inconexas, culmina con un espíritu maligno capaz de salir de la pantalla del televisor para matar de miedo a su víctima. Esa mujer que se arrastra con sus cabellos cubriendo su rostro se ha convertido en un icono del cine de terror reciente.



39 años después de Holocausto CaníbalEl proyecto de la bruja de Blair (Daniel Myric y Eduardo Sánchez, 1999) también jugó con la idea de hacerse pasar por un hecho real (ahora eso lo hacen todos los informativos). La inquietante idea de encontrar las grabaciones que muestran los últimos días de unos jóvenes que murieron en extrañas circunstancias fue el antecedente más directo a un subgénero hoy ya más que gastado: el "found footage" que sin embargo sigue siendo rentable gracias a Paranormal Activity (Oren Peli, 2007) o nuestra excelente REC (Jaume Balagueró y Paco Plaza,m 



El episodio Cigarrete Burns (John Carpentet, 2005) de la serie Master of Horrors tiene un planteamiento irresistible. Kirby Sweetman (Norman Reedus) se dedica a buscar y vender películas extrañas y recibe un extraño encargo de un coleccionista (Udo Kier): encontrar la película Le fin Absolue du Monde cuyo único pase habría ocasionado una furia homicida en el festival de Sitges. Ya la estáis buscando.


En Resolution (Justin Benson y Aaron Moorehead, 2012) un amigo ayuda a otro a superar su adicción a las drogas. Para ello se encierran en una cabaña, aislados de todo. Pero pronto comienzan a encontrar extrañas grabaciones de todo tipo: audio, cine, vídeo, en las que aparecen ellos mismos en ¿futuros alternativas? ¿Quién crea esas películas? ¿Son reales? Sólo podemos especular.



Berberian sound studio (Peter Strickland, 2012) está protagonizada por un ingeniero de sonido británico que trabaja en una violenta película italiana. El protagonista (Toby Jones) descubre que los sonidos, los efectos, las voces, y los gritos, por separado, también encierran un siniestro poder capaz de mezclarse con sus propias obsesiones: vive con su madre, que le escribe cartas cuando está lejos, y eso no puede ser sano. 



Cuando ya no estemos, cuando hayamos muerto, de alguna manera seguiremos vivos en las fotos y grabaciones que se hayan hecho sobre nosotros. Ese es quizás el poder de la fotografía y del cine y del vídeo: que conservan la apariencia de nuestras almas. Ese es el poder del demonio Bagul en Sinister que, acompañado de sus pequeños fantasmas infantiles, ha conseguido ser inmortal en celuloide, en las latas dentro de una vieja caja que reza "Películas caseras".

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