JUERGA HASTA EL FIN (EVAN GOLDBERG & SETH ROGEN, 2013)


Resulta una obviedad decir que el humor es subjetivo. Por eso espero que entendáis que a mí Seth Rogen, Jay Baruchel, Jonah Hill, Michael Cera y compañía me hacen gracia. No es exactamente lo que dicen, sino cómo lo dicen, y ciertos matices de su interpretación -sólo apreciables en la versión original- lo que me hace reír. Conecto con estos treintañeros, decididamente poco agraciados, y con algo de sobrepeso.

Creo que en España -es sólo mi opinión- el humor que gusta mayoritariamente se apoya exclusivamente en la identificación. Desde El club de la comedia, pasando por Siete vidas hasta llegar al localismo de Ocho apellidos vascos, mi sensación es que lo que busca la mayoría del público español es reconocerse en la pantalla. Un humor que se basa antes en el gesto cotidiano compartido por la mayoría, que en la creatividad o la inteligencia. Yo personalmente prefiero cierto humor del absurdo, surrealista si queréis, que violentando lo cotidiano consigue una mirada mucho más profunda de lo que somos. Vale, soy un pedante.

Pero también quiero decir que esa otra vertiente humorística ¿la surrealista? ¿el posthumor? también es española. Es la apuesta por seguir el camino de los Monty Python, que ha tenido a sus mejores representantes en La Hora Chanante y sus continuaciones. Lamentablemente -para mí- las geniales imitaciones de Joaquín Reyes no han llegado "al gran público" hasta su reciente andadura en El Intermedio. Imitando a los gastadísimos personajes de la limitadísima actualidad nacional, Reyes ha encontrado la repercusión de la que no gozó con sus mucho más interesantes retratos de los personajes de la cultura pop ochentera. Su parodia de los políticos actuales hace "gracia" porque apela a las señas más reconocibles y aceptadas por la mayoría, pero en el camino se ha perdido creatividad, originalidad y sorpresa. Oye, pero para gustos...

En This is the end el grupo de cómicos que he mencionado antes juegan a ser ellos mismos, pero curiosamente deciden interpretar a sus personajes como si fueran los opuestos a la imagen que han tenido hasta ahora: Michael Cera es borde y cocainómano mientras que Jonah Hill es dulce y educado. Pero básicamente se retratan como adolescentes ¿normales? de treinta años que disfrutan fumando porros, jugando a la consola, y consumiendo comida basura. Lo que los hace diferentes es que han tenido la suerte de triunfar en Hollywood y de ser invitados a la mansión de James Franco, amigo de Seth Rogen desde la serie de Judd Apatow, Freaks and Geeks (1999). Este estilo de vida es declaradamente inmaduro: el trabajo de estos actores consiste en hacer películas -sueños hechos realidad- y probablemente se preocupan poco de las responsabilidades de la vida adulta: tienen dinero de sobra y empleados que se encargan de todas las tareas cotidianas. Con semejante existencia es normal que en el guión asome de vez en cuando cierto sentimiento de culpa, y el temor de que tanta suerte probablemente les llevará finalmente al infierno. Lo curioso de la propuesta es que ese humor apoyado en un retrato generacional, y barnizado de "realidad" gracias a la utilización de sus nombres verdaderos, se mezcla con la fantasía de un Apocalipsis bíblico. Con un par. Y en esas condiciones extremas los actores, y sobre todo el divertidísimo Danny McBride, no tienen reparos en analizar el lado oscuro que probablemente se haría evidente en todos nosotros en una situación de "sálvese quien pueda".

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