THE BABADOOK (JENNIFER KENT, 2014)


Nada gusta más a un fan del cine de terror que una película que abraza la tradición para crear algo nuevo. The Babadook tiene pequeños elementos que me recuerdan a muchas otras películas, pero los mezcla hasta conseguir algo fresco y con su propia personalidad. Es una pequeña película australiana que creo que vale la pena ver.


Lo primero que mola de The Babadook es su planteamiento ochentero. Un niño,  Samuel (estupendo Noah Wiseman) vive con su madre, echa de menos a su padre y se siente diferente: nadie le cree. No muy lejos de los protagonistas de E.T. El extraterrestre (Steven Spielberg, 1982) o Noche de Miedo (Tom Holland, 1985). La ausencia del padre es esencial para entender esta película -luego me extenderé algo más al respecto- pero hay otros guiños muy ochenteros: las armas que se inventa Sam para combatir al monstruo, que recuerdan a Jóvenes Ocultos (Joel Schumacher, 1987); las reglas que establece el libro infantil sobre el Babadook que establecen una mitología propia como en Gremlins (Joe Dante, 1984); o ese estribillo tenebroso: Ba-ba--dook-dook-dook que recuerda a la invocación del hombre del saco en Candyman (Bernard Rose, 1992) o a las canciones infantiles para ahuyentar al Freddy Krueger de Pesadilla en Elm Street (Wes Craven, 1984). Todo esto se refleja también en la forma, con algunos planos que recuerdan al Spielberg de la época y que remiten sobre a Poltergeist (Tobe Hooper, 1982).


-AVISO SPOILERS-

Como decía antes, la ausencia del padre es lo más importante en The Babadook. El trauma de esa pérdida marca a los dos personajes protagonistas. Samuel ha ocupado el lugar de su padre, Oskar (Benjamin Winspear), en la vida de su madre, Amelia (Essie Davis). Sam duerme con ella, la interrumpe en sus momentos íntimos -con un vibrador- y ahuyenta a sus pretendientes (Daniel Henshall). El monstruo es una representación de esa pérdida y del miedo infantil a la muerte: Babadook habita el mismo lugar oscuro y aterrador en el que se encuentra el padre fallecido de Sam. Tampoco es casualidad que esta trágica muerte esté directamente relacionada con el nacimiento del hijo: Oskar se mata conduciendo hacia el hospital en el que Amelia iba a dar a luz. El Babadook también es el sentimiento de culpa de madre e hijo. Uno de los puntos fuertes de esta película es las múltiples lecturas que ofrece.


Otro acierto es que el monstruo aparece muy poco y está inspirado en las películas de terror del cine mudo, como deja en evidencia que se cuele en los films silentes que Amelia ve en la televisión. Las referencias son sobre todo expresionistas: Nosferatu (F.W. Murnau, 1922) y El Gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920). Pero hay además guiños a terrores infantiles como el lobo feroz; el monstruo que se esconde bajo la cama o en el armario; o ese perchero que en la oscuridad parece una figura humana. El Babadook es una creación digital, pero, como he dicho antes, aparece poco. La mayoría de los sustos se consiguen con trucos de cámara que recuerdan al Sam Raimi amateur de Posesión Infernal (1981).


Hay otro miedo infantil, muy perverso, que The Babadook explota en su tramo final. El mayor terror que puede tener un niño es que la persona que debe protegerle se vuelva en su contra. Aquí la película conecta con El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) y se convierte en un vehículo de lucimiento -terrorífico- para esa estupenda actriz que demuestra ser Essie Davis.

Por último, el tuétano de The Babadook es una ambigüedad que remite a Roman Polanski y a sus protagonistas femeninas en Repulsión (1965) y La Semilla del Diablo (1968). Incluso la protagonista pierde un diente, igual que el propio Polanski en El quimérico inquilino (1976). Lo mejor de esta película escrita y dirigida por Jennifer Kent es que funciona igual de bien si queréis creer que una mujer se ha vuelto loca por no poder con la carga de un hijo problemático, pero también si sois de los que piensan que las sombras esconden monstruos.


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