ZOOLANDER No. 2 (BEN STILLER, 2016)


El gran defecto de Zoolander No. 2 es probablemente su mayor virtud: es una completa memez. En el programa Cómicos de #0, Javier Cansado escuchaba a Joaquín Reyes decir que, además del humor inteligente, también le gustaba mucho la "tontuna". El humor chorra de Zoolander no admite medias tintas, o te ríes o te aburres. La película es una acumulación de excesos difícil de superar. Ben Stiller y sus guionistas -Justin Theroux de The Leftovers entre ellos- saben que no pueden darse el lujo de desarrollar un argumento sino que deben bombardearnos con ideas sin descanso. Alguna tiene que hacernos reír. El protagonista, la parodia perfecta de un modelo, nació como un chascarrillo en la cadena VH1 y su exiguo recorrido es su talón de Aquiles. ¿Cuántas veces puede hacer la mirada acero azul en un largometraje? Es por ello que la película está repleta de personajes interpretados por auténticos reyes de la comedia -americana, eso sí-. Owen Wilson consigue humanizar a su caricatura hasta resultar tierno; Kristen Wiig tiene gracia en cada tic; Will Ferrell es de los hombres más graciosos vivos; Penélope Cruz es tremendamente sexy y el niño Cyrus Arnold resulta absolutamente genial en el papel de la única persona cuerda del tinglado. Por si todos estos fueran pocos, hay un auténtico aluvión de cameos -los mejores, quizás, Benedict Cumberbatch y ¡Valentino!- y en esto Zoolander es un poco como nuestra saga Torrente.


Está claro que tras la decepción de la ambiciosa La vida secreta de Walter Mitty (2013), a Ben Stiller le venía bien volver a terreno conocido y de probado éxito. Lo más irritante de esta película es que adopta la forma -paródica- del típico blockbuster de Hollywood -en esto sigue la estela de la perfecta Tropic Thunder (2008)- aunque a partir de ahí se deja llevar con total libertad añadiendo orgías con hipopótamos, madres fantasmales, sectas ocultistas y hasta que en el paraíso hubo un tercero en discordia con Adán y Eva. Pero, como he dicho antes, Zoolander No. 2 funciona mejor cuando se fija en los pequeños gestos de sus cómicos que cuando despliega los aparatosos efectos especiales de un film de espías. Recomendable preferiblemente para los -auténticos- fans de la primera entrega... y para los que no sean fans de Justin Bieber. Le matan en los primeros minutos.

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