ALIADOS (ROBERT ZEMECKIS, 2016)


Probablemente siempre ha habido en el cine de Robert Zemeckis una lucha entre lo real y lo simulado. El director, que apoya su prestigio en Forrest Gump (1994) y Náufrago (2000), pero al que siempre querremos más por Regreso al futuro (1985), suele abusar de los efectos especiales: de hecho, tras Cuento de Navidad (2009) abandonó el empeño de hacer películas solo de animación con motion capture. Aliados resulta irremediablemente fría con sus intérpretes actuando delante de lo que seguramente son decorados simulados. A veces da la sensación de que Brad Pitt y Marion Cotillard están jugando a ser actores de cine en una película del Hollywood clásico: la referencia principal es, explícitamente Casablanca (1942). Lo interesante es que los personajes que interpretan estas dos estrellas son espías en tiempos de guerra, por lo que su oficio es, precisamente, la falsedad. Hay que preguntarse entonces qué es real y qué es simulación, no solo con respecto al juego entre los protagonistas, sino en cuanto a la propia película. El film es mecánico, previsible y aburrido. Los sorpresivos giros que esconde su trama deberían aumentar el interés progresivamente, pero, francamente, no lo consiguen. Zemeckis solo alcanza la intensidad de lo real en las escenas violentas, que son secas y bastante contundentes. Pero no saca provecho del atractivo de sus actores, la tensión sexual entre ambos es mínima, y eso que la belleza de Marion Cotillard es muy real. Resultan curiosos los rumores previos sobre una relación entre Pitt y Cotillard, dos actores entre los que habría surgido algo durante su trabajo, porque interpretan precisamente a dos espías obligados a fingir que son pareja. También es curioso que Pitt haya comenzado una relación con Angelina Jolie tras una película de espías, Sr. y Sra. Smith (2005), y rompa con ella tras otra. Volviendo a esta película, hay dos escenas que dan fe de la excesiva confianza de Zemeckis en el artificio, y perdonen si esto es un spoiler: primero, un momento sexual dentro de un coche en mitad de una tormenta de arena -digital, por supuesto- y segundo, un parto durante un bombardeo aéreo -literalmente-. Hacer el amor y nacer deben ser los sucesos más humanos de nuestra existencia, pero Zemekis se empeña en aderezarlos con efectos especiales.

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