COMANCHERÍA (DAVID MACKENZIE, 2016)



Quizás estéis cansados del llamado western crepuscular, pero Comanchería es una gran película sobre un mundo que se acaba. El título original, Hell or Highwater, se puede traducir como "pase lo que pase", "venga lo que venga", o quizás, "a tomar por culo". Una frase hecha que describe perfectamente la situación desesperada de los personajes. Pero no despreciemos la traducción al castellano: comanchería, tierra comanche, se refiere a la región en Texas que sirve de polvoriento escenario a esta historia que se desarrolla en carreteras y pueblos casi fantasmas. Pero, además, el significado de "comanche" define explícitamente el corazón del film. Esta es la historia de un sheriff a punto de jubilarse que sigue la pista de los últimos forajidos. David Mackenzie y su guionista Taylor Sheridan utilizan los arquetipos del cine de vaqueros y los colocan en la realidad actual, en una región tejana anclada en un estilo de vida olvidado. El director dibuja un paisaje apocalíptico de carteles de negocios que cierran por la crisis y de tierras embargadas por los bancos. Sobre ese decorado se mueven los personajes tipo del cine del oeste: el sheriff, el indio, los ladrones de bancos, el mexicano, y hasta la prostituta aparecen despojados de sus roles tradicionales, al convertirse en personas muy reales. El western fue el escenario del cine de aventuras de los años 50 y 60 sobre todo, un territorio de fantasía, afincado en la realidad por su fisicidad, a conquistar por héroes dueños de su propio destino. Era el sueño americano y el relato mitificado de la historia de Estados Unidos. En esta película, esos héroes intentan mantenerse en las coordenadas de sus personajes, pero en Comanchería no quedan fronteras por conquistarlos asaltantes atracan bancos porque se sienten robados, ellos mismos, por las entidades financieras. No es lo único que ha evolucionado: el cowboy aquí es aliado de su gran enemigo, el indio, que es medio mexicano y católico, y que le mira como a un igual. Ambos trabajan para mantener un orden, la Ley, en el que ya nadie cree porque no tiene nada de justo. Ningún hombre es dueño de su destino en un mundo controlado por grandes corporaciones bancarias y compañías petroleras. Por eso resulta entrañable el empeño de estos personajes por mantenerse fieles a sus arquetipos cuando todo se derrumba a su alrededor. Destaca, cómo no, Jeff Bridges, inmenso como ya nos tiene acostumbrados -su nombre suele sonar a Oscar una vez al año- al que le planta cara un Chris Pine que nunca había estado así de bien, acompañado de un Ben Foster perfecto en su papel. Si buscamos los orígenes de estos personajes en nuestra memoria cinéfila, quizás Bridges se reclina sobre su silla, en el porche, como lo hacía el Wyatt Earp al que dio vida Henry Fonda en la fordiana Pasión de los fuertes (1946). Los hermanos a los que dan vida Pine y Foster no pueden más que recordarnos a los Frank y Jesse James -Tyrone Power y, otra vez, Henry Fonda- de Tierra de Audaces (1939). Pero, de nuevo, hay que decir que la oposición entre "buenos" y "malos" ha perdido completamente su significado en esta película cuya principal virtud es eludir maniqueísmos. Ambos bandos, en los dos lados de la Ley, tienen razones muy humanas. Que podamos entenderles e identificarnos con ellas significa que el conflicto final no dejará indiferente a nadie. Todo esto está contado con una riqueza y unos detalles apasionantes de las gentes, las costumbres y los lugares de esa Comanchería del título en castellano. Al salir de la sala sentiréis haber estado realmente allí, lo que es todo un logro: David Mackenzie es escocés.

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